Cuando este 21 de diciembre Vladimiro Roca Antúnez cumpla 70 años,
antes de soplar las velas del cake, puede que examine su vida como si
estuviese delante de un caleidoscopio.
De aquel chico inquieto que cursara la primaria en la escuela pública
número 118, de la habanera barriada de La Víbora, y fuera aprendiz de
cajista en el diario Hoy, limpiador de cristales en un estudio
fotográfico, piloto de cazas Mig-15 y graduado de Relaciones Económicas
Internacionales en 1987, hoy encontramos un hombre de la tercera edad,
robusto y con un fino sentido del humor, que ha convertido su oposición a
los hermanos Castro en un auténtico sacerdocio.
Vladimiro es uno de los cuatro hijos del matrimonio formado por Dulce
María Antúnez Aragón, activa luchadora nacida en Sancti Spíritus, y el
líder comunista Blas Roca Calderío (Manzanillo 24 de julio de 1908-La
Habana 25 de abril de 1987). Durante más de dos décadas, Blas estuvo al
frente del Partido Socialista Popular, la mayor parte del tiempo
clandestino en la Cuba republicana.
Desde niño, Vladimiro sabe lo que es vivir bajo el acoso policial y
la zozobra. En los años duros del régimen de Fulgencio Batista, la
familia Roca Antúnez debía mudarse con frecuencia de casa. Las
detenciones de miembros del PSP eran constantes. El BRAC, cuerpo
policial dedicado a cazar comunistas, los acechaba. Esa vida de gitano
fortaleció la personalidad de Vladimiro Roca.
Cuando el 8 de enero de 1959 el barbudo Fidel Castro entró en La
Habana, la crema y nata del PSP, llámese Blas Roca, Aníbal Escalante,
Lázaro Peña, Carlos Rafael Rodríguez o Salvador García Agüero, había
dado un giro en el enfoque a la figura de Castro.
Había pasado de la indiferencia y la condena a raíz del asalto al
cuartel Moncada en julio de 1953 al reconocimiento en 1958, cuando la
dirección del partido envió a algunos de sus hombres a las montañas de
oriente a contactar con el líder guerrillero.
Es historia por contar el papel desempeñado por el PSP para que el
Kremlin apoyara a Fidel Castro. Quizás Blas Roca pecó de ingenuidad
política al pretender voltear a los dirigentes barbudos al
marixmo-leninismo.
Castro tenía su juego particular. Controlar el poder, por tanto
tiempo como fuese posible, y manipuló a los curtidos comunistas, quienes
poseían una vasta experiencia en el ámbito sindical y político.
En 1959 Vladimiro tenía 16 años, y su ilusión era volar en aviones de
combate. Pero nunca ha olvidado el consejo de oro que le dio su padre:
piensa por cabeza propia.
"Con 19 años fui a estudiar para hacerme piloto de Mig-15 en una
región al sur de la antigua URSS. El curso duró nueve meses. Allí pasé
la crisis de los cohetes, en octubre de 1962. Regresé en marzo de 1963",
cuenta Vladimiro, sentado en la cocina de su casa en el reparto Nuevo
Vedado.
Ya en la Isla, se incorpora a la base aérea de San Antonio de los
Baños. A los pocos meses lo trasladan al aeropuerto militar de Holguín.
Fue en 1964 cuando Vladimiro comenzó a dudar del respeto a la ley y el
carácter represivo de los Castro.
"Ese año hubo un complot en la base militar. En juicios sumarios
condenaron a pena de muerte a 19 personas, fusiladas veinte minutos
después de una apelación relámpago. Las autoridades locales aprovecharon
la situación para pasar por las armas a dos civiles que se dedicaban a
vender marihuana. La ilegalidad y el irrespeto a la vida humana fue un
hecho que me marcó", confiesa.
Vladimiro prepara un café fuerte y sigue hablando. "Después se
celebró una reunión con Raúl Castro sobre las consecuencias de dicho
complot. Fue una depuración al mejor estilo estalinista. Al año
siguiente, me sancionaron seis meses por un accidente en la base de San
Julián. Fue la primera vez que ingresé en una cárcel, militar en este
caso; aunque solo estuve una semana en La Cabaña, en una galera de
presos militares condenados por delitos comunes".
Por su carácter, con tendencia a la liberalidad y a juzgar en voz
alta las decisiones de los mandarines verde olivo, Vladimiro siempre
tuvo problemas. En la Cuba de los años 60, los cuestionamientos y las
dudas ideológicas eran casi un sacrilegio.
El gobierno de Castro disparaba a matar a todo aquello que se le
opusiera. Se había producido el sectarismo de Aníbal Escalante, quien
creía cumplir con los estatutos del Partido, y a Fidel Castro no le
tembló el pulso para de un manotazo condenarlo al ostracismo.
Cuando en 1969 el régimen movilizó al país a una zafra que intentaba
producir diez millones de toneladas de azúcar, Vladimiro sintió cierto
sentimiento de culpa por dudar de las buenas intenciones de Fidel
Castro. Entonces decidió leerse todos los clásicos del marxismo. "La
conclusión que saqué fue devastadora: Fidel era un tipo que llevaba al
país hacia el precipicio. La ilusión de mi padre, de que la Constitución
de 1976 que él ayudó a redactar, pudiera encauzar al gobierno por los
marcos legales, fue en vano", señala.
Ser opositor en un gobierno autoritario no es cosa de coser y cantar.
Es un proceso lento y traumático. La persona que escoge ese camino
conoce sus consecuencias. Humillaciones públicas. Actos de repudio. Y el
poder omnímodo del aparato estatal que te puede convertir en no-persona
o internarte en una celda de la Cuba profunda.
Vladimiro Roca lo sabe mejor que nadie. Cuando en junio de 1990
comenzó a manifestarse abiertamente como disidente político, fue
apartado de su trabajo en un ministerio del Estado.
En 1996 fue uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata de
Cuba, no reconocido por la autocracia. Al año siguiente, junto a la
economista Martha Beatriz Roque Cabello, el abogado René Gómez Manzano y
el profesor universitario Félix Bonne, crearon el Grupo de Trabajo de
la Disidencia Interna. Su objetivo principal, analizar la situación
socioeconómica nacional.
En junio de 1997 el grupo redactaría La Patria es de todos,
un análisis profundo sobre el V Congreso del Partido Comunista, donde se
pedía abandonar el sistema dictatorial y respetar los derechos humanos.
El documento fue un buen pretexto para que el régimen arrestara
violentamente a los cuatro disidentes en sus domicilios y tras casi dos
años detenidos en Villa Marista, el 1 de marzo de 1999, los juzgara por
el delito de "sedición y acciones en contra de la seguridad del estado
cubano".
Vladimiro cumplió una condena de 5 años, de 1997 a 2002, en la
prisión de Ariza, Cienfuegos. La cárcel no doblegó los criterios y
principios del hijo de Blas Roca. Actualmente asesora a varias
organizaciones disidentes.
A sus 70 años, Vladimiro es un convencido opositor de Fidel y Raúl
Castro. Espera ver el día que Cuba se integre al grupo de naciones
democráticas. Siente que ha sido fiel a su manera de pensar. Los hijos,
como alguien dijera, se parecen más a su tiempo que a sus padres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario