Por Silvia Cherem. Mural, México, 29 de marzo de 2004.
Disidente Cubano. Pieza clave de la Revolución cubana, cayó de la gracia de Fidel Castro 9 meses después del triunfo sobre Batista. Hoy, tras la cárcel y el exilio, Matos sigue dispuesto a empuñar las armas por una Cuba democrática
El comandante cubano Huber Matos (Yara, 1918), autor de "Cómo llegó la noche" (Premio Comillas de Biografía), devastador testimonio sobre la Revolución cubana, se sabe vivo de milagro. El 21 de octubre de 1979, después de cumplir hasta el último día de sus 20 años de sentencia en las cárceles cubanas, con el cuerpo convertido en un hilacho después de torturas y prolongadas huelgas de hambre que rebasaron los cinco meses, con los pulmones intoxicados porque en su agujero de castigo desembocaban los gases del extractor de la cocina carcelaria, el coronel Blanco Fernández le anunció su liberación: "No tenemos interés en quedarnos con tus huesos, ya te queda poco camino por andar".
Un cuarto de siglo ha pasado desde entonces, y a sus 84 años, férreamente erguido en su largo y huesudo cuerpo, Matos -líder moral de la disidencia cubana y quien junto con Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos y Raúl Castro, fuera uno de los cinco héroes de la revolución-, mantiene lúcido su discurso y puntuales sus recuerdos para evitar que el tiempo se atreva a "desteñirlo". Digno hasta la soberbia, se niega a morir sin antes tener la oportunidad de caminar en una Cuba independiente y democrática.
Con la pistola disimulada bajo el cinto, en su oficina del CID (Cuba Independiente y Democrática) en el sur de Miami, un espacio resguardado por puertas blindadas desde donde se produjeron durante dos décadas programas de radio clandestinos que se escuchaban en Cuba, afirma: "Si de algo me arrepiento es de haber ayudado a Castro a llegar al poder, un individuo con un talento enorme para la maldad y el golpe bajo. Fidel no era marxista ni leninista, pero sí un ególatra, un ambicioso que convirtió a la revolución en una prostituta y que, mediante su régimen de terror, opresión y simulación, ha convertido a Cuba en una cárcel gigante".Sólo al principio, su mirada azul, hundida en cuencas de piel cobriza y enmarcada por el ceño fruncido, parecía huidiza, impenetrable. Rara vez se presta a largas entrevistas ("a estas alturas no puedo cometer inocentadas"); sin embargo, ya encarrerado, no se detuvo. Después de 12 horas de conversación aún mantenía cuerda para rato. A las 3 de la madrugada, María Luisa, su mujer desde hace 60 años, reclamó su presencia desde la casa contigua donde viven ellos, y sólo entonces Huber preguntó sonriente: "¿Seguimos mañana?"
La lucha se traga su vida
El 10 de marzo de 1952, cuando el ex Presidente Batista asaltó el poder mediante un golpe de Estado 82 días antes de los comicios, Huber Matos tenía 33 años. Era maestro en Manzanillo, vislumbraba su vida abocado a la docencia, y jamás imaginó que abandonaría su profesión. Sin embargo, como si estuviera escribiendo su epitafio, dijo: "La lucha comienza y presiento que se tragará mi vida".
Y así fue. En diciembre de 1956, cuando Fidel y sus hombres regresaron a Cuba provenientes de México en la expedición del Granma y fueron cercados por el gobierno de Batista, Matos decidió sumarse activamente al movimiento clandestino ("murieron decenas de alumnos míos, no podía mantenerme al margen"). Juntó dinero, ropa y medicinas para los guerrilleros y puso a disposición del grupo, camiones y jeeps de la empresa familiar. Tres meses después, transportó a las estribaciones de la Sierra Maestra a un grupo de guerrilleros que se incorporaría a las tropas del Che, Fidel y Raúl, pero por un error estratégico al llevar a cabo la misión en una insólita noche lluviosa, los camiones se atascaron en una cuneta en el camino. Huber y los guerrilleros lograron huir, pero los camiones cuya razón social estaba pintada en las puertas -"Matos e hijos. Agricultores. Yara, Oriente"- los pusieron en riesgo a él y a su familia.
Huber prófugo, contactó a Fidel para externarle su deseo de incorporarse a la guerrilla. Castro condicionó su ingreso: "Sólo si vienes con fusil, serás bienvenido". Matos elucubró un plan secreto: le pediría apoyo al Presidente José Figueres, un demócrata que había ya manifestado su rechazo a la tiranía batistiana. Pidió asilo en la Embajada de Costa Rica, y 10 meses después, Figueres propició el traslado de 5 toneladas de armas para los guerrilleros cubanos. El 30 de marzo de 1958, Matos y su equipo de ocho hombres vivieron la dicha de llevar a Cuba el primer avión con armas que permitió finalmente empuñar "la guerra total" contra Batista.
En la sierra se conocieron Fidel Castro y Huber Matos. Ahí conoció Fidel su espinosa dignidad. El máximo jefe le encomendó la tarea de volver al exilio por más armas; Matos se opuso. "Yo soy quien manda", le dijo Fidel. "Eso no lo discuto, pero a mí me pidieron un fusil y llegué con más de uno. Tengo derecho a disponer de mi vida", remilgó. Según cuenta, Castro acostumbraba a tratar con humillaciones y groserías a su milicia para imponer su autoridad, pero ante él, Fidel se sabía endeble. Matos le respondía que prefería ser un rebelde preso en la sierraque someterse al maltrato injusto para acceder al poder ("en la Sierra Maestra, me pregunté muchas veces si no estábamos ayudando a encumbrar a un déspota, pero creía que quizá eso sería pasajero, que era un mal menor en el proceso democrático cubano").
Si sobrevivió desafiándolo, en un permanente choque de personalidades, fue sólo porque resultó útil a la revolución. Se dice que Matos construía trincheras, refugios y fosas antitanques como nadie; que derrotó al gigante, es decir a Sánchez Mosquera, a pesar de que Fidel lo mandó a la guerra sin recursos; y que luego, con su legendaria Columna 9, logró el cerco de Santiago de Cuba, la batalla que dio el triunfo a la revolución a finales de 1958. Por eso, a los cuatro meses de estar en la sierra se convirtió en uno de los pocos oficiales en el ejército rebelde que alcanzó, como Camilo o el Che, el rango de Comandante ("si algo me sucediera -le dijo Fidel temeroso de morir en un atentado- serás, junto a Raúl, mi sucesor"). Pero también por eso, sus días estarían contados.
Al triunfo de la revolución, Fidel prometió que ningún militar participaría en el gobierno y colocó como Presidente a Manuel Urrutia. Aunque Matos fue nombrado jefe militar de la provincia de Camagüey, no tenía interés en continuar en la política. Lo suyo era el magisterio, crear una escuela de ciencias políticas. Antes de marcharse, sólo quería firmar los lineamientos democráticos del acuerdo revolucionario. Fidel, sin embargo, comenzaba a coquetear con el marxismo y le daba largas. Se mostraba ambiguo y contradictorio. Tildaba de "cotorras" a los que como Raúl, el Che y Osmani Cienfuegos -hermano de Camilo- "cojeaban del lado izquierdo" ("me decía: 'ya no te preocupes por los comunistas, los tengo bajo control.
No estamos a la izquierda ni a la derecha, estamos un paso adelante y contra todos los totalitarismos, porque éstos cercenan la libertad que es tan cara a los pueblos'"), y al mismo tiempo veneraba a Rusia y al comunismo alimentando la psicosis de radicalismo, persecución, fusilamientos y despojos ("Urrutia mismo me confesó que se sentía un prisionero, que Fidel no le permitía ejercer el cargo ni renunciar").
El 11 de junio de 1959, Raúl sugirió que para que la revolución triunfara era inevitable una noche de cuchillos largos, arrancar muchas cabezas. Ante el silencio de Fidel, Matos alzó la voz ("la masacre era inmoral, ajena al programa de la revolución"). Harto de esperar la ratificación de un compromiso democrático, sustentado en un Estado de derecho, Matos le envío a Castro su renuncia el 19 de octubre de 1959, manifestándole su deseo de retornar al magisterio ("si hubiera guardado silencio pensando en mi futuro político, le hubiera puesto precio a mi honestidad").
Ese fue su fin. Fidel comenzó la purga. Por la radio comenzó a anunciarse incesantemente la "traición" del "contrarrevolucionario" Huber Matos, y dos días después, ya con la andanada de vituperios en su contra, fue apresado. Para entonces, las multitudes fanáticas, maquiavélicamente manipuladas, gritaban enardecidas en la Plaza de la Revolución: "Paredón, paredón". Si se salvó de morir así, fue porque ni en esas condiciones se dobló. Para juzgarlo, Fidel reunió a más de mil oficiales del ejército rebelde para que escarmentaran presenciando la destrucción de quien se atrevía a cuestionar al máximo jefe. Sin embargo, Matos, sordo a las preguntas o al protocolo de aquel circo romano, gritó durante tres horas su verdad. Quienes tenían que condenarlo acabaron aplaudiéndole, y Fidel se vio obligado a prolongar el juicio.
Por la críticas de la prensa internacional y la presión de los propios cubanos ("las telefonistas de Camagüey comenzaron una campaña que se extendió por toda la isla: cada vez que entraba una llamada de larga distancia, antes de establecer la comunicación decían: 'Huber Matos no es traidor'"), la sentencia se atenuó: en lugar de paredón, fue finalmente condenado a 20 años de tortura y prisión en los hediondos calabozos cubanos.
Ni Camilo ni Matos ni el Che, sólo Fidel
Huber, en tu autobiografía uno como lector llega a dudar de tu inquebrantable dignidad...
Mi tesitura moral es recia, no soy llorón ni blandengue. Mis padres me enseñaron a ser fuerte por dentro, y siempre me he exigido demasiado, quizá más de lo debido. El oficio de los verdugos castristas es volver locos a los presos y casi lo logran. En mi caso, después de que chamuscaron mis nervios y casi me sepultaron, me propuse jamás regalarles ningún asomo de debilidad: ni en las farsas intimidatorias cuando pretendían fusilarme, ni en las tranquizas en las que me quebraron los huesos, ni cuando para revivirme de las huelgas de hambre me torturaban metiéndome un nauseabundo líquido hirviendo, mucho menos cuando me aislaban como muerto en tétricos calabozos donde compartía la oscuridad con nubes de insectos, ratas y cucarachas. La muerte me tenía sin cuidado, no así la pérdida de mi dignidad. A diario me repetía: "Huber, no puedes rendirte; Huber, tienes que ser más fuerte que la adversidad".
¿Y nunca te doblaste?
Las semanas que siguieron a mi arresto fueron las peores. El 21 de octubre de 1959, dos días después de mi carta de renuncia y ya con la andanada de mentiras y calumnias en la radio, llegaron a apresarme a Camagüey. Tenía los nervios a 4 mil voltios. Me llevaron al Estado Mayor, dizque para que descansara. Fidel discutió con los oficiales a mi cargo, quería que se me voltearan, que fueran ellos quienes me fusilaran. No estaba acostumbrado a que lo contrariaran y acabó injuriándolos. "Muéstrenos las pruebas de la traición", le exigían. "No tengo nada que mostrarles". "Encare entonces a Huber", le respondían. "A ése no quiero volver a verlo, es muy impulsivo". Todo eran mentiras, me tenía miedo. Acabó arrestando a casi 20 de mis hombres, y hasta hoy me pesa que dos de ellos se suicidaron. Como no logró que me ajusticiaran, ordenó que me metieran "a dormir". Me cuidaba un apadrinado de Camilo, un colado que en la sierra siempre tenía pretextos para no ir a los combates y que ahora estaba haciendo méritos para ocupar posiciones. Me insistía que descansara. Raúl seguro le dijo: "Arréglatelas para que Huber aparezca suicidado". Yo estaba fatigado, pero arisco. Me hice el dormido, y en un segundo vi cómo este individuo sacaba la pistola. "Oiga, todavía no me he dormido, amigo, así es que aún no desenfunde la pistola", le dije. Esa noche llegó María Luisa, todavía me dejaron verla, y le conté que me habían tratado de matar. En los diarios La Marina y Prensa Libre, que entonces aún circulaban, declaró ella que yo no me iba a "suicidar". Siguieron los emisarios de Fidel para intentar ablandarme. Me pedían que rectifique, que acepte públicamente mis errores. Entre ellos los capitanes Orlando Pantoja y Emilio Aragonés. Insistían en que si aceptaba mi traición, podía regresar a mi casa sin juicio. Fui muy claro: "Díganle a Fidel que después de las barbaridades que ha dicho de mí, tendrá que fusilarme mil veces para comprar mi silencio". Estaba seguro que de todos modos me iban a fusilar y que la verdad tendría que salir finalmente a la luz.
Como no cedí, Fidel me mandó durante tres meses a un calabozo horadado en el ancho muro del Castillo del Morro, en La Habana, para esperar el juicio. Un guardia me custodiaba día y noche. Sólo cuando me sacaba a hacer mis necesidades podía conversar por un instante y a escondidas con unos marineros presos. Ellos me pasaron un radio pequeño para que escuchara las noticias, y eso fue lo que me envenenó. Cada vez que lo encendía, fingiendo estar dormido, escuchaba arengas, insultos y peticiones de paredón contra Huber Matos. Los voceros del régimen me acusaban de ambicioso y oportunista, decían que me había vendido a Trujillo, me pintaban como el más ruin de los seres humanos. De héroe pasé a ser el sujeto más despreciable de la nación cubana.
¿Y conocías al dictador dominicano?
¡Qué va, era un criminal! La intención de los Castro era enardecer a las multitudes para llevarme al paredón. Los totalitarismos se alimentan de odio contra quien se atreve a cuestionarlos. Y ahí estaba solo, sin capacidad de defensa, pensando en los 6 millones de cubanos que hipnotizados le creían a Fidel todo a pie juntillas. Si él decía que yo era un bribón, eso era yo. La ropa me bailaba, no sé si perdí 14 libras o más. No tenía control de mi valentía, me sentía tremendamente golpeado y pensé que haberme destruido moralmente ante el pueblo de Cuba, era peor que la muerte misma.
Los momentos de tribulación intensa fueron en ese agujero húmedo. Me dolía el alma la traición y la calumnia, verme estrujado por mi pueblo manipulado. Por ese radio supe también que Camilo había desaparecido.
La muerte de Camilo Cienfuegos siempre ha sido enigmática, y en tu libro hay indicios que relacionan su asesinato con tu encarcelamiento.
Camilo era siempre sonrisas, un cubano llano, valiente que conquistaba con su presencia espontánea. Era el más popular de los comandantes y Fidel temió que fuera un adversario peligroso. Todos reconocíamos la envidia que le tenía Raúl Castro y los celos que despertaba en Fidel. Fue a él a quien Fidel mandó a detenerme en completa desventaja después de la andanada de vituperios en la radio, cuando mis tropas ya estaban enardecidas. Los Castro pensaron que así acabarían con los dos de un jalón: Camilo, víctima de mis hombres; y yo, listo para el paredón como el cobarde que asesinó al comandante más popular de la revolución. Di órdenes que nadie disparara, me entregué pacíficamente. Ese día Camilo y yo conversamos, éramos amigos. Me dijo que Fidel estaba equivocado y que él se sentía muy confuso. Muchas veces habíamos hablado del rumbo que tomaba la revolución y ninguno de los dos aceptábamos el comunismo. Luego, frente a mí, discutió con Fidel por el hilo telefónico. Fidel acabó colgándole y yo pensé: "Hasta aquí llegó también Camilo". En los días subsecuentes, me hizo pasar dos recados al calabozo del Castillo del Morro con un hombre que quizá aún vive. Escribía desesperado: "Estoy en un atolladero, por tu renuncia vivo una situación insoportable. No puede haber juicio. Tienes que fugarte, yo me encargo de que lo logres". El 26 de octubre, Fidel lo convocó a arengar sobre mi traición ante una multitud enardecida. En ese, su último discurso, dijo que la revolución no iba a permitir traiciones, pero jamás mencionó mi nombre. Dos días después "desapareció".
Camilo muerto, tú en la prisión, sólo quedaba el Che. Veo sobre tu escritorio un periódico con su efigie, en la que tú o alguien escribió: "Che, fracasado"
Yo lo conocí, y sé que Guevara no fue nunca un guerrillero victorioso, eso es parte de los retoques de Castro. Era un aventurero raro, valiente, muy concentrado en sí mismo, que encontró en el problema cubano un campo ideal para realizar hazañas y adquirir fama. Fidel lo conoció en México después del asalto al Moncada. Ambos se midieron y se calcularon. El Che vio en Fidel a un individuo audaz y un escenario apropiado, y Fidel vio en el Che al aventurero, al comemierda que podía utilizar. Cuando le sacó el jugo, lo mandó al Congo y luego a Bolivia, en donde filtró información que posibilitó su asesinato.
¿A qué atribuyes que se le ha mitificado a nivel internacional como símbolo rebelde de valentía, de justicia social?
A la manipulación de Castro. El Che fue y es aún su títere. Lo utilizó en Cuba, lo exaltó, lo subió, y luego lo mandó a morir a Bolivia. Después cogió su diario y lo reescribió, agregándole todo lo que necesitaba para beneficiarse. Castro es un gran manipulador y con el mito del Che también se ensalza.
Pero si el Che sí coadyuvó a que Cuba fuera comunista, ¿cómo o por qué se suscitó su ruptura con Castro?
El Che le estorbaba a Fidel, se cansó de repetir que era marxista, pero antiestalinista, y eso obstaculizaba las relaciones con los soviéticos. La juventud del mundo preservará el mito creyendo en su inusual valentía, pero fue un hombre engañado, una víctima más de la ambición y la ética demoniaca de Castro.
Testigo de la historia ¿Cómo te explicas que estás vivo?
Por un milagro, por la suerte de las circunstancias o quizá porque eso que llamamos Dios ha sido muy generoso conmigo. Hay algo más de lo que nunca he hablado y quizá tuvo también mucho peso. Fidel es un hombre supersticioso y siempre ha temido que va a ser asesinado. Muchas veces, en la sierra, me dijo: "Yo voy a morir de un atentado. No sé qué año ni qué día". La noche del 17 de enero de 1959, a tres semanas de estar en el poder, se apareció con una comitiva de 30 gentes en casa de mis padres en Yara. Buscaba halagarlos, ganarse su confianza. Yo estaba en la provincia de Camagüey, donde era el jefe militar. No obstante que eran momentos de gloria, mi madre desconfiaba de él. Cuando Fidel le tendió la mano, ella le advirtió: "No me vaya a matar a mi hijo". Fidel se quedó helado: "¿Por qué me dice eso?". "No sé por qué, pero se lo tengo que decir, no me vaya a matar a mi hijo porque tendrá que atenerse a las consecuencias". Mi madre me contó que Fidel se desbarató en elogios para mí: "A veces discutimos, pero Huber ha resultado un guerrillero de primera línea, una figura primordial para la revolución. Tiene talento político, recurro a él para que me asesore". Ella insistió: "Por lo mismo le digo, no se le ocurra matármelo".
Fidel se fue disgustado de la casa. Mi madre lo miró a los ojos y lo desnudó. Intuyó que me usaría para luego arrancarme la cabeza, como hizo con tantos otros. Unos meses después, ya preso, mi madre le entregó una carta a través de Celia: "Tenía yo razón. Por algo le hice la advertencia, se lo vuelvo a decir, no se le ocurra dar la orden de fusilarme a mi hijo". Fidel siempre le tuvo miedo a mi muerte, pensó que desencadenaría la suya. Cuando me amenazaron con un segundo juicio, yo los reté a que me lo hicieran. No se atrevieron. Luego en la cárcel, todas las oportunidades que tuve de morirme no acabaron de darse. Me salvé hasta de las huelgas de hambre sin jamás someterme o pedir clemencia. Quizá Dios ha querido que sea así: que haya un testigo que cuente los horrores de esta historia.
¿Quisieras derrocar a Fidel?
Sí, pero el norte de mi vida no es sacarle las entrañas, sino que mi país vuelva a un marco de justicia, libertad y respeto a los derechos humanos. A él le deseo todo el mal que le pueda caer de arriba; con absoluta tranquilidad, podría yo dirigir un pelotón de fusilamiento para que pague por haber obligado a los cubanos a vivir con miedo y simulación durante más de cuatro décadas. Sueño con verlo colgado en las farolas del malecón. Tengo esperanza de que se hará justicia.
¿Cómo crees que terminará este régimen?
Es arriesgado hacer pronósticos de almanaque porque los cubanos nos hemos equivocado muchas veces, pero estamos ya llegando al final: el sistema está agotado, la economía paralizada y Castro miedoso y deteriorado. Cuando llegó al poder, Cuba era el primer exportador de azúcar del mundo. Hoy los cañaverales y las vías férreas están destruidos, más de la mitad de los ingenios desbaratados. Hasta los militares nos mandan decir que ruegan por una solución, que ansían el cambio, pero que no se atreven a empuñar las armas. Saben que lo de la sucesión de Raúl es una carta falsa que Castro usa para que no conspiren contra él. Si Fidel muere o lo matan, Raúl tendrá que salir huyendo porque ni siquiera inspira respeto a sus subordinados. En Cuba lo apodan despectivamente "la rosita". Mi mayor deseo es que el cambio se suscite por una explosión popular que en lugar de ser reprimida por los militares, sea apoyada por ellos. Eso nos restituiría el menguado patrimonio cultural cubano. Muchos en la isla están convencidos de que viven en un callejón sin salida, pero tienen miedo porque la mayoría de los líderes de la disidencia está en prisión. Las tiranías, sin embargo, no todo lo resuelven encarcelando y Castro sabe que ya no consigue el control total.
Esa explosión popular sería el panorama más favorable, ¿y el más desolador?
Que Fidel logre provocar a los norteamericanos hasta que se produzca una confrontación. Cuando Castro se sienta a 10 pasos del derrumbe por una conspiración militar o una conmoción popular provocará que sean los americanos quienes intervengan, como sucedió en Panamá. Fidel seguramente piensa que así podrá esconder su fracaso como gobernante, engañar a la historia como el superhéroe que se enfrentó a Goliat y fue aplastado. Para mí ese final sería humillante porque Fidel no sólo dejaría al país hundido en una calamidad mayor, sino porque somos los cubanos quienes debemos construir nuestra república.
Ni Stalin ni Mao Tse Tung fueron derrotados, murieron de manera natural...
Los sistemas totalitarios cerrados tienen un pellejo duro. Yo espero que Fidel no muera en la cama. Junto con Raúl y otros grandes criminales cubanos, debe ser juzgado en vida o ausencia. Las futuras generaciones deben saber que aquel hombre fue un bribón y que es preciso edificar una república soberana.
Cuando eras un jovencito brincando de piedra en piedra, en las ondulaciones del cerro pelado, soñabas con llegar a ser un héroe. ¿Valió la pena haber quemado tantos cartuchos para llegar a serlo?
Fue parte del destino. Me siento muy satisfecho de mi vida, pero si pudiera arrancaría algunas páginas. No hubiera querido ayudar a Fidel, ser preso político, ni vivir en situación de privación de libertad con tanto sufrimiento. Sin embargo, aún mi vida no ha terminado. Si hoy mismo se produjese un alzamiento, civil o militar, no me quedaré de espectador. De inmediato me incorporaré con mi gente porque me niego a que Cuba siga siendo un feudo de violencia y miedo. Llevamos más de medio siglo de dictaduras (44 años de Castro y 7 de Batista), los problemas acumulados son increíbles, no ha habido una sola huelga, y cuando esto concluya todos van a salir a plantear sus demandas. Vendrá una crisis en la que todos exigirán lo suyo a un país en quiebra. En este contexto me visualizo como un factor conciliador que llame a la unidad, porque estoy seguro de que seremos el partido más grande de Cuba. Encajo bien en el rol de predicador: tenemos que perdonar y sumar esfuerzos. Preferiría que fueran los más jóvenes quienes enderecen el rumbo, pero si el país se hundiera en el abismo, no me temblará ni la palabra ni el brazo para promover el orden y evitar una intervención militar extranjera. Martí decía que la guerra es justa cuando es necesaria. Yo soy la última reserva.